Trump busca dejar una huella arquitectónica sin precedentes en Washington

Desde una Casa Blanca con toques dorados hasta un ambicioso plan de renovación para la capital estadounidense, el presidente Donald Trump ha iniciado una serie de proyectos arquitectónicos con los que pretende marcar la historia, en un estilo que sus críticos califican de ostentoso y personalista.
«Soy bueno construyendo cosas», dijo el mandatario a inicios de mes al anunciar su iniciativa más llamativa: la construcción de un salón de baile valorado en 200 millones de dólares dentro de la residencia presidencial.
Trump, quien amasó su fortuna con hoteles y casinos de lujo, ha impregnado la Casa Blanca de un aire similar al de sus propiedades privadas. Parte de la mansión recuerda a su resort de Mar-a-Lago, en Florida, con un jardín de rosas transformado en patio, equipado con mesas de picnic, sombrillas, sistema de sonido y banderas gigantes. Incluso mandó colocar un espejo en la columnata del Ala Oeste para reflejar su salida del Despacho Oval.
El escritor británico Peter York definió este estilo como “dictador chic”, comparándolo con el gusto de ciertos líderes autoritarios. Y no es el único crítico: académicos y opositores señalan que Trump está utilizando la arquitectura como parte de su estrategia política y de control de imagen.
Además de los cambios internos en la Casa Blanca, Trump emitió una orden ejecutiva que establece la “arquitectura clásica” como el modelo oficial para los edificios federales en Washington, reservándose el derecho de aprobar o rechazar proyectos de estilo brutalista o deconstructivista. El mandatario asocia este plan de “embellecimiento” de la capital con su ofensiva contra la delincuencia, que ha incluido el despliegue de tropas en la ciudad.
La Asociación Histórica de la Casa Blanca recordó que a lo largo de más de dos siglos el edificio ha experimentado diversas remodelaciones —desde la construcción del Despacho Oval por Franklin Roosevelt hasta la creación del actual Jardín de Rosas por John F. Kennedy—, muchas de ellas criticadas en su momento, pero luego aceptadas como parte integral de la evolución histórica de la residencia presidencial.
Sin embargo, los cambios impulsados por Trump son los más significativos en casi cien años. El presidente asegura que gran parte de las reformas son financiadas con su propio dinero y aportes de “donantes patriotas”, aunque su plan más grande —un proyecto de 2.000 millones de dólares para renovar Washington, desde el mármol del Centro Kennedy hasta calles y carreteras— necesitará la aprobación del Congreso.
En paralelo, su figura se ha vuelto omnipresente en la ciudad. Carteles gigantes con su rostro adornan edificios gubernamentales, como los departamentos de Trabajo y Agricultura. En una reciente reunión de gabinete, la secretaria de Trabajo, Lori Chávez-DeRemer, elogió la iniciativa dirigiéndose a él:
«Señor presidente, lo invita a ver su hermoso rostro en una pancarta frente al Departamento de Trabajo».
Trump insiste en que su visión no es solo estética, sino parte de un legado que, según él, transformará tanto la capital como la percepción de la presidencia estadounidense.